“El Verdadero conocimiento proviene de Dios, y vuelve a él. Sus hijos han de recibir para poder dar a su vez.” (White, p. 21)
Comenzaba un nuevo año escolar, completamente diferente a los anteriores. ¡Había sido implementado un nuevo plan de estudios! Esto era desconocido para la mayoría de los maestros. Pero, para mí, este nuevo plan de estudios no solo era algo novedoso, sino también aterrador.
Llegó el momento de elaborar el plan de clases para una de las materias que enseñaba en el nivel de secundaria. Había observado que muchos maestros ya habían entregado parte de su progreso al director. Esto realmente me frustraba, ya que no había comprendido cómo hacerlo. Mientras miraba fijamente mi computadora e intentaba comenzar a redactar mi plan de clases, mi mente estaba en blanco, no sabía qué hacer.
Durante ese año, también estaba cursando una maestría en educación en la Universidad Linda Vista, donde había adquirido algunas habilidades de redacción en los seminarios de investigación. Aun así, me sentía angustiada y comencé a cuestionarme a mí misma. Me preguntaba cómo era posible que no pudiera realizar algo que la mayoría ya estaba haciendo. Empecé a llorar, sintiéndome realmente tonta. Repentinamente, hice una pausa, me alejé un poco de mi compañera que estaba trabajando a mi lado. Me recosté y lloré con más fuerza, repitiendo en mi mente: “Dios, por favor, ayúdame”. Después de llorar y orar, me levanté y retomé mi trabajo. De repente, comencé a escribir sin parar hasta que finalicé todo mi plan de clases. Era como si de manera milagrosa las ideas fluyeran en mi mente.
Llegó el día de enviar el plan de clases. Lo envié y solo pensaba: “Espero que lo que hice no esté tan mal”. Días después, se programó una reunión con todos los maestros. El director me pidió que mostrara mi plan de clases. Al principio, pensé que estaba mal y tenía miedo de mostrarlo. Sin embargo, lo que dijo el director unos segundos después me tranquilizó. Él expresó: “Compañeros, la maestra hizo un buen trabajo y quiero que comparta con ustedes lo que hizo, para que puedan tomarlo como guía”. Sin duda, los conocimientos adquiridos en la maestría fueron de gran ayuda, pero me di cuenta de que Dios es quien otorga el conocimiento y sin su ayuda no habría sido posible realizar ese buen trabajo.
Cuando te encuentres en una situación en la que sientas que no puedes lograr algo, no permitas que la preocupación te consuma. En lugar de eso, dirígete a Dios, el dador del conocimiento y la sabiduría, a través de la oración. Confía en que Él está dispuesto a escuchar tus inquietudes y a brindarte la guía que necesitas.
El versículo de Proverbios 2:6 nos recuerda que el Señor es quien otorga la sabiduría y el conocimiento. Al reconocer esto, podemos depositar nuestra confianza en Él y buscar su ayuda en nuestros momentos de incertidumbre.
Referencia
De White, E. G. (2020). Consejos para los maestros. Editorial ACES.