Había una vez un niño a quien llamaremos Marcos. Su desempeño escolar parecía estar lleno de obstáculos, especialmente frustrado por las matemáticas. Por más que intentaba comprender los números, siempre se sentía como si no pudiera escucharlos o simplemente se perdía en el proceso. Sin embargo, dejando de lado las matemáticas, había algo que le apasionaba aprender: la historia y la geografía. Desde una edad temprana, Marcos mostró un profundo interés por los eventos pasados, las historias de héroes y heroínas que marcaron el curso del tiempo. Mientras sus compañeros resolvían sumas, restas y multiplicaciones, él se perdía en las páginas del “Atlas de Geografía Universal”, explorando países del mundo y descubriendo las diferentes formas de vivir de las personas.
A medida que avanzaba en la escuela primaria, se enfrentaba constantemente a la frustración de no poder seguir el ritmo en matemáticas. Sus maestros no mostraban interés en ayudarlo y sus esfuerzos no parecían dar frutos. Un día, al no saber las tablas de multiplicar, recibió un castigo por parte del profesor; castigo que lo indujo a dejar de esforzarse por aprender y, por lo tanto, a rechazar las matemáticas. Cuando llegó a la preparatoria, los temas de matemáticas se volvieron aún más desafiantes para Marcos. Sin embargo, fue entonces cuando se encontró con un nuevo maestro: uno excepcionalmente comprensivo ante sus limitaciones matemáticas.
El profesor notó de inmediato la enorme emoción que Marcos, ahora adolescente, mostraba al dibujar mapas y personas de otras culturas durante sus clases y decidió ayudarlo a descubrir su verdadero potencial. Con palabras de comprensión, le recordó: “Marcos, no estás limitado por tus dificultades en matemáticas, sino que tienes un talento único y valioso en historia. No tienes que ser excepcional en mi materia, solo entrega tus tareas y te explicaré lo que no entiendas. Tienes que seguir tu pasión y no permitir que nada ni nadie te impida alcanzar tus sueños”.
Inspirado por las palabras de su profesor, Marcos se dedicó por completo a convertirse en el mejor estudiante de historia. Pasaba horas investigando en la biblioteca, participando activamente en debates en clase y compartiendo su entusiasmo con sus compañeros. Su dedicación y amor por la materia no pasaron desapercibidos, y pronto se convirtió en uno de los mejores estudiantes de historia de su escuela.
Al graduarse, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre: en lugar de dejarse llevar por las expectativas de los demás, decidió seguir su corazón y estudiar la carrera de educación con enfoque en historia. Su objetivo era convertirse en un maestro que inspirara a otros con su pasión por el conocimiento de la historia.
Durante sus años universitarios, Marcos se sumergió aún más en el mundo de la historia, aprendiendo formas de enseñar, explorando diferentes períodos y culturas, y adquiriendo las habilidades necesarias para ser un maestro excepcional. Después de obtener su título en educación, Marcos consiguió un puesto como profesor de historia en una escuela secundaria cercana. Su aula se convirtió en un lugar donde los estudiantes no solo aprendían hechos y fechas, sino que también descubrían sus propias capacidades y trabajaban en ellas para cumplir sus sueños.
La historia de Marcos nos enseña que los niños con altas calificaciones en matemáticas no son los únicos inteligentes. También los otros representan alumnos con diferentes capacidades extraordinarias en diferentes áreas. Ahí están los futuros médicos, ingenieros, músicos, arquitectos, abogados y una gran cantidad de profesionales con distintos sueños por cumplir. Como maestros, cuidemos y entendamos las distintas habilidades de nuestros alumnos; no olvidemos que nuestra labor docente va más allá de la enseñanza académica. Sobre todo, ten cuidado de ti mismo y de lo que enseñas; persevera en ello, pues así salvarás tanto a ti mismo como a los que te escuchan (1 Timoteo 4:16).