“Escucha el consejo y acepta la corrección, para que seas sabio el resto de tus días” Proverbios 19:20
Me encontraba terminando el segundo semestre de mi carrera universitaria en la Universidad Linda Vista. Sabía que no sería un camino fácil, por lo que muchas veces en mi primer año tuve el deseo de salirme.
Intentaba hacer lo mejor que podía, pero eso conllevaba que a veces no durmiera o que me desvelara a altas horas de la noche para entregar un buen trabajo.
Había logrado acabar mi primer año y ahora tenía frente a mí el segundo año de mi carrera universitaria. Este nuevo año conllevaba un reto nuevo: presentarme en la universidad. Debido a que mi primer año había sido en línea, no tuve la oportunidad de becas; es por ello que junto con mi familia tuve que tomar la difícil decisión de presentarme en la universidad.
Era un lugar donde trabajaría para poder pagar el 50% del año que se presentaba. Al llegar a la universidad descubrí que había un clima agradable y espiritual. Las personas que me recibieron y con las primeras que interactué eran muy amables y respetuosas. ¡Sería un año retador e interesante!
Las clases comenzaron y yo debía aprender a organizar mi tiempo. No sería como en mi casa: levantarme temprano, estudiar mi biblia, desayunar, descansar y prepararme para las clases de la tarde en una computadora.
Ahora debía organizarme para levantarme, ir a las conocidas como matutinas (mini culto matutino), desayunar en el tiempo asignado por comedor, entrar temprano a trabajar, volver a mi dormitorio, alistarme para la escuela, almorzar, asistir a la escuela, cenar, asistir a las vespertinas (mini culto por la tarde) y finalmente hacer tareas.
¡Era seguir una rutina! Pero gracias a Dios que me permitió tener muy buenos docentes, los cuales, en vez de presionarme con muchas tareas y actividades, nos presentaban el tema y daban muchos consejos para poder sobrevivir el ambiente universitario.
Confieso que en muchas ocasiones llegaba con estrés de mi trabajo o porque en algún momento no me dio tiempo para pasar a almorzar con la finalidad de terminar una actividad, y ellos simplemente me escuchaban pacientemente y oraban por mí antes de comenzar la clase.
Sinceramente, me sentí escuchado y, por alguna extraña razón, la clase se me hacía más interesante. En algunas ocasiones llegaba antes que mis compañeras al salón de clases y el docente, muy amable, comenzaba una conversación conmigo, interesándose en cómo me encontraba. Siento que fue un factor importante en mi equilibrio emocional dentro de un ambiente rutinario y en ocasiones de estrés.
Esto me llevó a la conclusión de que cuando alguien se encuentra bajo mucha presión o estrés, al ser escuchado, cambia totalmente su mundo. Agradezco a Dios que yo haya tenido docentes así; si no, posiblemente tendría algún padecimiento complicado en estos momentos.
Permitir un espacio para poder platicar de mis emociones y situaciones es una forma con la cual el alumno y el docente pueden llegar a tener una interacción más profunda y aprender los dos, uno del otro. Personalmente, mis docentes me han enseñado a escuchar y a guardar silencio cuando una persona necesita hablar. Espero ser un buen docente y escuchar a mis alumnos, así como mis docentes lo hicieron conmigo.
Authors
Enoc Neftalí Rodriguez Martínez
Enoc Neftalí Rodriguez Martínez, será egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Educación en el Área de Química y Biología por la Universidad Linda Vista, cuando este articulo sea publicado.
Emerson López
Posee un doctorado en Socioformación y Sociedad del Conocimiento. Ha sido prefecto, orientador, profesor de asignaturas, subdirector académico y director de instituciones educativas adventistas. Actualmente, se desempeña como docente de investigación en pregrado y posgrado en la Universidad Linda Vista ubicada en Chiapas México. Su pasatiempo es la lectura y escritura.