A lo largo de mi vida, he sido testigo de un crecimiento que trasciende lo físico o intelectual; ha sido un crecimiento arraigado en mi fe cristiana. Desde mi niñez, fui nutrida con las enseñanzas de Cristo por mis padres, quienes modelaron un ejemplo de amor, compasión y servicio que siempre admiré. Sin embargo, mi propio viaje de crecimiento espiritual comenzó cuando me enfrenté a desafíos y pruebas que me llevaron a profundizar mi relación con Dios.
Uno de los momentos más impactantes que marcaron mi recorrido espiritual ocurrió durante mi segundo semestre en la universidad: un domingo, 15 de mayo de 2022, mi hermano mayor tuvo un trágico accidente en motocicleta. La noticia nos golpeó como un rayo en un día soleado, y la angustia nos abrumó mientras nos apresurábamos al hospital. La escena era desgarradora: mi hermano yacía en una camilla con el rostro fracturado y desfigurado por el impacto, emanando sangre por la nariz y la boca. En estado de semiconsciencia, murmuraba palabras entrecortadas, temiendo por su vida.
Las siguientes horas se convirtieron en un torbellino de desesperación y fe. Los médicos luchaban por estabilizarlo mientras nos preparaban para darnos la peor noticia. Como familia, nos aferramos a la oración, buscando consuelo y fortaleza en nuestra fe en Dios. A pesar del dolor y la incertidumbre, encontramos la paz que solo proviene de la confianza en el plan divino.
El camino hacia la recuperación de mi hermano fue largo y lleno de obstáculos. Pasó por tres cirugías reconstructivas para reparar los daños sufridos; cada una representando un desafío físico, emocional y económico. Sin embargo, a través de cada prueba, su determinación y fuerza de voluntad eran un testimonio viviente del poder sanador de Dios.
El proceso de rehabilitación fue arduo y demandante, pero también un tiempo de crecimiento espiritual para toda la familia. Nos unimos en apoyo mutuo, fortalecidos por nuestra fe compartida y el amor inquebrantable que nos sostenía. Descubrimos una nueva apreciación por la vida y las bendiciones que a menudo damos por sentado.
El impacto del accidente no solo se limitó a su recuperación física; también influyó profundamente en nuestra comprensión de la vida y la fe en Dios. Aprendimos a valorar cada momento, a abrazar el amor y la gracia de Dios en medio de las pruebas. Su accidente nos recordó la fragilidad de la existencia humana y la importancia de vivir cada día con propósito y gratitud.
Hoy, mi hermano, gracias a Dios, ha recuperado gran parte de su salud y vitalidad, aunque las cicatrices físicas y emocionales aún perduran. Sin embargo, su historia es un testimonio poderoso de la capacidad y el poder de Dios para traer esperanza y restauración en los momentos más oscuros. A través de esta experiencia, mi fe ha sido fortalecida y mi comprensión del amor de Dios ha sido profundizada.
¿Cómo ha influido tu experiencia personal con Dios en tu manera de enseñar y en la relación con tus alumnos?