“Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” Lucas 2:52.
En mi experiencia, descubrí que el entorno escolar no solo es un lugar para estudiar, sino también un espacio donde se forjan amistades, se construyen recuerdos y se crece como persona. Recuerdo con cariño los momentos compartidos con mis compañeros y maestros, donde cada día era una oportunidad para aprender algo nuevo y crecer juntos.
En mi escuela, el sentido de comunidad estaba arraigado en cada aspecto de la vida escolar. Desde las mañanas donde nos saludábamos con sonrisas y abrazos, hasta las clases donde compartíamos ideas y trabajábamos en equipo. Cada momento era una oportunidad para fortalecer nuestros lazos y aprender unos de otros.
Una de las experiencias más significativas que viví fue cuando participamos en un proyecto comunitario para ayudar a personas necesitadas en nuestra ciudad. Nos organizamos como equipo de estudiantes y docentes; trabajamos juntos para recolectar alimentos, ropa y juguetes para familias que lo necesitaban. Fue increíble ver cómo, unidos como comunidad escolar, podíamos marcar una diferencia real en la vida de otros y aprender valores como la solidaridad y la empatía.
Además de las actividades académicas y extracurriculares, el entorno físico de nuestra escuela también contribuía a crear un ambiente acogedor y estimulante para el aprendizaje. Los salones de clase estaban decorados con trabajos de los estudiantes y materiales didácticos que nos inspiraban a explorar y descubrir. Los espacios al aire libre, como el patio y el jardín, eran lugares donde podíamos jugar, relajarnos y conectarnos con la naturaleza.
No obstante, uno de los aspectos más importantes de nuestro entorno escolar era el apoyo y la dedicación de nuestros maestros. Ellos no solo nos enseñaban materias académicas, sino que también nos brindaban orientación, aliento y afecto. Siempre estaban dispuestos a escucharnos, a ayudarnos a superar obstáculos y a celebrar nuestros logros. Su compromiso con nuestro bienestar y crecimiento personal fue fundamental para nuestro desarrollo como estudiantes y como personas.
Lo anterior nos lleva a reflexionar que, como docentes, nuestra labor va más allá de impartir conocimientos; somos guías, mentores y modelos a seguir en la vida de nuestros estudiantes. A través de nuestra dedicación y cariño, estamos construyendo un entorno escolar donde cada estudiante se siente valorado, apoyado y amado. Nuestra influencia en la vida de los estudiantes es invaluable, y nuestro compromiso con su bienestar y crecimiento personal marca una diferencia duradera en el mundo.
Dios permita que, por nuestra influencia, nuestros alumnos crezcan como Jesús en sabiduría y gracia en lo académico, en sus relaciones para con Dios y los hombres.