“Nadie enciende una lámpara para esconderla, o para ponerla debajo de un cajón. Todo lo contrario: se pone en un lugar alto, para que alumbre a todos los que entran en la casa.” Lucas 11:33
Como orientadora practicante en una escuela rural, me encontré con una realidad donde los desafíos eran tan palpables como las montañas que rodeaban este pueblo. Los alumnos enfrentaban no solo dificultades académicas, sino también barreras socioeconómicas, emocionales y culturales que parecían imposibles de superar.
Desde el primer día, me sumergí en la comunidad escolar, buscando comprender las preocupaciones de mis alumnos. Descubrí historias de lucha y perseverancia que estremecían mi corazón. Escuchar a la mayoría de los alumnos con padres adictos a alguna sustancia nociva, con problemas porque habían perdido su virginidad o cuyos padres ya no querían que siguieran estudiando, me dejó sin aliento.
Una de mis alumnas se acercó a mí y me dijo que no sabía cómo podía lograr varias cosas, porque pensaba que era insignificante para su familia. En esas semanas que estuve allí y a lo largo de las prácticas que realicé en mi etapa universitaria, me di cuenta de que el papel de orientadora no es solo brindar consejos académicos, sino también ser un faro de esperanza para estos jóvenes que a menudo se sentían perdidos en medio de la oscuridad.
Organicé talleres sobre habilidades para la vida, donde los alumnos aprendieron a establecer metas, manejar el estrés, mejorar su autoestima y tomar decisiones informadas sobre su futuro. También trabajé en colaboración con los padres, donde tuvimos la oportunidad de conocer que ellos no se sienten capacitados y en vez de apoyar, han estado afectando a sus hijos. Esto los hizo reflexionar y más de uno pidió más recomendaciones para aportar de manera benéfica a la vida de sus hijos.
El impacto más profundo que tuve como orientadora fue a nivel personal. Durante mis sesiones individuales con los estudiantes, les brindaba un espacio seguro para expresar sus preocupaciones y explorar sus sueños más profundos. En más de una ocasión escuché problemas que no imaginaba que a esa edad se podían tener. Juquilita me expresó cómo verme la inspiraba a querer ser psicóloga algún día.
Otro de ellos era muy rebelde y un día me expresó que nunca había probado las uvas verdes. Entonces, un día de la semana organicé un picnic con ellos y ver sus ojitos al probar las brochetas con uvas que les había llevado me conmovió. Esto hizo que con el tiempo me tuviera más confianza, se sintió importante y eso hizo que su actitud en el salón cambiara. También ganó confianza en sí mismo y en sus habilidades.
El impacto del acercamiento de esa ocasión no solo se limitó a los amigos de Juquilita. Con el tiempo, otros estudiantes comenzaron a acercarse a mí en busca de orientación y apoyo. Aunque no fue por mucho tiempo, vi cómo la semillita de plantearse metas los estaba haciendo cambiar su forma de pensar. Algunos de ellos, por medio de test, habían descubierto nuevas pasiones y estaban decididos a seguir adelante con determinación y valentía.
Creer en el potencial de un niño, adolescente o joven y brindarle apoyo para alcanzar sus sueños siempre hará la diferencia en la vida que está llevando.