“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” Mateo 20:28.
Entre los árboles verdes de un tranquilo pueblo, se alzaba un colegio adventista. Sus edificios de color blanco se veían desde ciertas partes de la carretera del pueblo vecino, proyectando una atmósfera de serenidad y aprendizaje. Dentro de sus aulas, resonaban las voces de los niños y la enseñanza de los maestros, donde todos se reunían en un ambiente de amistad y alegría.
Entre los estudiantes más callados se encontraba Emily, una joven brillante con ganas de aprender, con amor por el conocimiento y una profunda fe en su corazón. Desde muy pequeña, Emily había sido educada en los colegios adventistas, donde aprendió a valorar tanto la excelencia académica como la espiritualidad. En este colegio, encontró también un lugar donde ambas dimensiones de su vida se entrelazaban armoniosamente.
El día comenzaba con la oración matutina en el dormitorio de señoritas de preparatoria. Donde, estudiantes de diferentes grados se unían para encomendar el día a Dios y aprender sobre valores nuevos. Luego del desayuno, las clases comenzaban impregnadas de un sentido de superación y servicio. Los maestros no solo enseñaban los conceptos académicos, sino que también inculcaban valores como la compasión, la honestidad y el respeto por los demás.
Los domingos por la madrugada, Emily participaba en el club de la iglesia, donde aprendía a ayudar a los enfermos de forma correcta y cuidar de las personas. Sus actividades iban desde distribuir alimentos en los eventos, hasta visitar a personas mayores en el pueblo cercano al colegio. Emily encontraba alegría en servir a los demás y poner en práctica los principios de su fe adventista. No todo era fácil en el camino de Emily. A medida que avanzaba sus estudios, enfrentaba desafíos académicos y personales que ponían a prueba su determinación y fe. En esos momentos difíciles, encontraba consuelo y fortaleza en los amigos que la rodeaban, pero cada día sus compañeros y maestros la apoyaban incondicionalmente, recordándole que Dios nunca la abandonaría.
Uno de los momentos más significativos en la vida de Emily, fue cuando participó en una misión de servicio para los niños de escasos recursos. Ese 30 de abril, fecha en la que se celebra el día del niño en México, trabajó con sus compañeros y maestros recolectando juguetes y ropa para ellos.
Cada sábado al mediodía, el grupo al cual pertenecía Emily, visitaban a los niños para enseñarles a leer y a escribir, teniendo como principal libro de estudios la Santa Biblia. A medida que veía cómo la educación adventista transformaba las vidas de aquellos niños y sus familias, Emily comprendió más profundamente el poder de la enseñanza y el amor de Dios para cambiar el mundo. Cuando terminó de estudiar la preparatoria, Emily se graduó como una de los mejores de su clase y con el corazón lleno de gratitud por las experiencias y las lecciones aprendidas. Sabía que llevaría consigo los valores y la fe que había cultivado en su alma durante su tiempo en el colegio adventista.
Después de graduarse, Emily decidió que estudiaría para ser maestra. Estaba realmente convencida, que podía marcar la diferencia en la vida de otros jóvenes, al igual que lo habían hecho sus maestros en el colegio. Ya fuera enseñando en una escuela rural o trabajando en un programa de educación para niños desfavorecidos, Emily estaba decidida a seguir el ejemplo de servicio y excelencia que había aprendido desde pequeña.
Así como Emily, cada día que vas a la escuela, agradece las oportunidades que tienes de aprender y nunca olvides que lo que tus maestros te enseñan, tarde o temprano tú también puedes enseñárselo a las demás personas. Más allá del ámbito académico, los valores, la fe y el servicio son elementos que podemos aprender de nuestros maestros y compañeros de clase; pero de manera especial, de Jesús, quien fue el alumno perfecto y sigue siendo el maestro por excelencia. Por eso, hoy quiero invitarte a compartir con los demás, esta gran verdad que es Jesucristo nuestro Salvador.
2 comments
Es una hermosa reflexión sobre el verdadero significado del servicio y la educación. La historia de Emily me inspira a reconocer el valor de la fe, la compasión y la dedicación en nuestras vidas. Su compromiso por ayudar a los demás y su deseo de convertirse en maestra son un testimonio de cómo los principios que aprendemos pueden transformarnos y a quienes nos rodean. Es un recordatorio poderoso de que, al igual que Jesús, todos podemos marcar la diferencia en el mundo a través del amor y el servicio.
Linda reflexión que nos invita a nosotros como maestros a dar lo mejor, a brindar un servicio de calidad y que nuestras enseñanzas pueden servir de ejemplo para nuestro alumnos, no olvidando lo más importante, mostrar al mundo las enseñanzas de nuestro Dios.