“En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido” – 2 Corintios 6:1.
Ester era una joven que cursaba su tercer año de universidad. Sus cualidades más destacadas eran su amabilidad y alegría. No obstante, en esa época, comenzó a tomar decisiones importantes, aunque no del todo acertadas. Pronto, notó cambios en su vida que no eran nada gratos.
Sentía como si hubiera perdido el rumbo. La chispa que le permitía ser ella misma se había apagado, y pasó de ser una joven responsable a una con serios problemas. Sus amigos, maestros y padres también comenzaron a notar estos cambios.
Ester no podía entender lo que le estaba sucediendo. Aunque intentaba volver a ser la persona de antes, parecía que nada funcionaba. Las consecuencias no tardaron en llegar: empezó a obtener bajas calificaciones por no entregar tareas y por reprobar la mayoría de sus exámenes.
El semestre casi terminaba, y estaba a punto de perderlo. Cierto día, recibió un mensaje de la coordinadora de su licenciatura, pidiéndole que se presentara en su oficina. Además del miedo que la invadía, Ester no sabía qué ocurriría en esa conversación. Finalmente, decidió asistir.
La coordinadora le explicó la gravedad de su situación académica y le dijo que la única solución sería darse de baja de la escuela. Al escuchar esas palabras, Ester rompió en llanto y se preguntó cómo había llegado hasta ese punto.
La coordinadora le preguntó por qué había descuidado tanto sus estudios. Entre lágrimas, Ester confesó que había antepuesto otras cosas que no eran prioritarias, dejando en último lugar sus deberes y responsabilidades académicas.
Se había saturado con diversas actividades valiosas, pero no esenciales. Eran actividades correctas, pero que no contribuían directamente a su formación profesional. Ahora, estaba al borde de perder el semestre.
Descuidar sus estudios no había sido una decisión sabia, y ahora lo comprendía. Después de aquella conversación, Ester reconoció su error, y la coordinadora decidió darle una oportunidad para recuperar y cumplir con todas las actividades pendientes, salvando así su semestre.
Durante todo el fin de semana, Ester se dedicó a hacer tareas. Durmió pocas horas para terminar y, al mismo tiempo, oró mucho a Dios para que la ayudara. Cuando llegó el lunes, antes de hablar con cada profesor, volvió a pedir a Dios en oración que le permitieran entregar los trabajos faltantes.
Al presentarse con cada uno de ellos, pidió disculpas por su irresponsabilidad, expresó su compromiso de no volver a cometer el mismo error y entregó sus trabajos.
Al cierre del semestre, Ester logró aprobar todas las materias, aunque en algunas con la calificación mínima. Sin duda, Dios había escuchado sus oraciones y le había permitido continuar con sus estudios.
Ester entendió, aunque de una manera difícil, que no priorizar sus deberes y responsabilidades como estudiante no había sido lo correcto. Sin embargo, tuvo la oportunidad de corregir sus errores. La disciplina era un aspecto primordial que debía mejorar en su vida.
Ahora se mantenía enfocada en su objetivo esencial: estudiar para concluir su carrera.
Y tú, ¿estás enfocado en lo esencial?
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Dios te bendiga. Ahora Ester es una profesional que cada día va creciendo en Cristo Jesús.