La Paciencia en la educación

Eduardo llegó a mi aula con grandes desafíos, pero Dios lo usó para enseñarme paciencia, amor y el verdadero sentido de educar. Al ayudarlo a crecer, fui transformada también.

Inter-American June 26, 2025

“Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús.”
Romanos 15:5

Eduardo, un alumno de tan solo 3 años de edad, fue inscrito en el Centro Educativo Adventista para ser educado. Sin embargo, ni él ni sus familiares sabían que, a través de su presencia en el aula, también sería educada su propia maestra.

Todo comenzó un 26 de agosto de 2024. Ingresó por primera vez al salón de clases, junto con más niños de su edad. Al observar su comportamiento desde ese día, mi primera reacción fue de preocupación y angustia. Todo era un caos. Muchos niños lloraban porque nunca se habían separado de mamá. Por el contrario, Eduardo no lloraba ni pedía la presencia de su madre. Lo que sí hacía era golpear y ofender a sus compañeros, gritar y tirar todo lo que estuviera a su alcance, ignorando completamente mis indicaciones.

Su comportamiento se volvía cada día más difícil, y aumentaba el número de madres que se quejaban porque sus hijos habían sido agredidos por él. Como responsable del grupo, la situación se volvió muy compleja para mí. Al mismo tiempo, comprendía que algo grave estaba ocurriendo con él, pero no sabía cómo ayudarlo.

Llegué a un punto de desesperación. Me invadían pensamientos negativos cada vez que lo veía entrar al aula, porque sabía que el día estaría lleno de desafíos y estrés. Definitivamente, mi paciencia se estaba agotando.

Con el paso del tiempo, mi interés por cuidarlo y estar pendiente de él se fue desvaneciendo. Mi paciencia había llegado al límite, y comencé a actuar con total desinterés.

Un día, mientras los alumnos realizaban una actividad, observé a Eduardo detenidamente. Para mi sorpresa, lo vi como lo que realmente era: un pequeñito hijo de Dios. Un ser humano creado por Él con mucho amor. Un hijo profundamente amado por sus padres y su abuela. Un sobrino muy querido en casa. Me pregunté: ¿quién soy yo para no valorarlo? ¿Quién soy yo para no tratarlo con amor y paciencia, como lo haría Jesús? En ese instante, mis ojos lo vieron de otra manera, y comprendí que en mis manos estaba gran parte del cimiento para la vida de ese pequeño. Hasta ese momento, no había estado cumpliendo con la parte que me correspondía.

Desde entonces, decidí incluir a Eduardo constantemente en las oraciones individuales y grupales. Me coloqué en el lugar de su madre e intenté comprenderlo tal como era. Gracias a Dios, continúo haciéndolo.

Mi oración sigue siendo por sabiduría: que, como maestra, comprenda que Dios está al control de cada alumno y de cada maestra que tiene alumnos como Eduardo. Que, así como Jesús tiene paciencia conmigo para enseñarme, también me conceda paciencia para trabajar con Eduardo y enseñarle.

Hoy, gracias a esta experiencia, agradezco a Dios por haberme enviado a Eduardo. Él está mejorando. Su maestra también. Por lo tanto, sigamos enseñando a los niños de Jesús y sigamos nosotros aprendiendo de Él.

Authors

Abril Stephania Conde Archila

Abril cursa la maestría en educación en el área de Educación Especial en la Universidad Linda Vista, en Chiapas México y sirve a un colegio Adventista como profesora de primer grado de preescolar.

Emerson López

Posee un doctorado en Socioformación y Sociedad del Conocimiento. Ha sido prefecto, orientador, profesor de asignaturas, subdirector académico y director de instituciones educativas adventistas. Actualmente, se desempeña como docente de investigación en pregrado y posgrado en la Universidad Linda Vista ubicada en Chiapas México. Su pasatiempo es la lectura y escritura.

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