“En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17).
Muchos podrían ser protegidos de influencias pecaminosas si estuvieran rodeados de buenas amistades y escucharan palabras amables y amorosas (White, 1879, p. 227).
¡Cuán importante es que los maestros veamos la educación como una oportunidad para ayudar a los estudiantes a través de una amistad sincera!
Escuché la voz del director que dijo: —¡Maestra Keren, usted estará a cargo del segundo grado, grupo B!
A lo lejos, se oían las voces de otros maestros comentando que ese era un grupo conflictivo. Salimos de la reunión, y esas palabras resonaban en mi mente. Al llegar a casa, me arrodillé y oré: “¡Señor, dame sabiduría para poder ser un instrumento tuyo!”. Me levanté animada y comencé los preparativos para el primer día de clases.
Al llegar a la escuela, vi a muchos niños en la cancha y trataba de identificar quiénes serían mis alumnos. Cuando sonó el timbre, comenzaron a correr, cada uno hacia su salón. Los observé entrar con una gran sonrisa, admirando con ojos brillantes cada rincón del aula.
Iniciamos la primera actividad, cuando dos niños comenzaron a insultarse y empujarse. Otros gritaron: “¡Pelea, pelea!”. Rápidamente los separé y salimos del salón. Caminamos alrededor de la cancha hasta que se calmó. Ya más tranquilo, me confesó lo difícil que le resultaba controlar su ira. Ese día, solo lo escuché… y oré por él.
Con el paso de los días, los problemas de conducta del grupo aumentaron. Una noche, busqué a Dios en oración, y mientras oraba, escuché estas palabras:
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
Entonces vinieron ideas a mi mente. Empecé a desayunar con mis alumnos durante el recreo. Acompañaba por las tardes a quienes iban a deportes. Me involucré en sus actividades, y al estar rodeados de un círculo de confianza, comenzaron a contarme sus problemas, sus gustos y sus pasatiempos.
En un recreo, se acercó el niño más conflictivo de la clase, me abrazó con lágrimas en los ojos y me dijo:
“Maestra, gracias por amarnos tanto”.
Lo abracé con fuerza y le respondí: “Siempre estaré aquí”.
Los días pasaron y los problemas de conducta disminuyeron. En aquel grupo que se conocía como conflictivo, ahora se respira paz y tranquilidad. Cada niño trabaja con amor y dedicación.
La amistad de un maestro puede hacer un cambio en la vida de sus estudiantes, marcando la diferencia con amor y compasión.
¿Has marcado tú la diferencia?