El aprendizaje requiere de un clima de confianza, de dejar tiempo para la comunicación, una situación tranquila. El alumno debe sentir que es importante la palabra del maestro como experto, pero también debe sentir que puede expresar su punto de vista respecto a lo que está aprendiendo, y cómo lo está haciendo. Es necesario un diálogo formativo, construido sobre la comunicación entre maestro y alumno, así como la reflexión sobre el quehacer de ambos.
Los maestros necesitan recurrir a los conocimientos adquiridos de la vida cotidiana, a las habilidades intelectuales y sociales, a los intereses propios o de sus alumnos; apropiándose de ellos en forma intencionada. Es un saber que va de la reflexión a la práctica. La enseñanza no es sencillamente una representación o una actuación. El dar un concierto, memorizar un pensamiento, preparar una salsa de guacamole, confeccionar un vestido, despejar un problema de algebra, no son en sí la formación que se busca, sino lo que es realmente significativo es lo que se quiere. La educación no debe quedar en una capacidad abstracta aislada de todo contexto. Debe ser precisa y con un fin determinado. “Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras…” Tito 3:14.
Se espera el buen uso del saber y del saber hacer: Aquellos seleccionados para conducir la enseñanza en la escuela de iglesia, son aptos para responder a las demandas que se tiene de ellos y su desempeño. Se espera que apliquen conocimientos en situaciones dadas, que sepan intervenir para alcanzar el objetivo fundamental de redimir conductas. Como tal, deben mostrar un conjunto de habilidades formadoras en quienes le son confiados. Deben ser capaces de organizar la situación de aprendizaje, trabajar en equipo y planear, informar e implicar a los padres en el aprendizaje de sus hijos, servirse de las nuevas tecnologías y afrontar los deberes éticos que se esperan de él como maestro cristiano.
Propiciar atmósferas para el crecimiento: Los alumnos deben percibir la intención del maestro y participar en las expectativas en relación con su crecimiento. Debe propiciarse la atmósfera para analizar situaciones o actuaciones del alumno en el mundo real. Con una mirada amplia y no rígida del maestro, sobre lo que debería ser, esperando que el alumno manifieste lo que piensa, escuchando primero, antes de emitir un juicio. Así el maestro ganará la confianza de su alumno.
Dejar a un lado la superioridad: En la enseñanza con los niños y jóvenes no hay lugar para manifestaciones de superioridad por parte del maestro. La pregunta que debemos hacernos es: ¿A dónde estamos conduciendo a nuestros alumnos? ¿Hemos sido capaces de romper el círculo o seguimos haciendo lo mismo que hicieron nuestros maestros con nosotros cuando crecimos en la iglesia?
La pasión del docente, no es suficiente si no es acompañada de una preparación y capacitación para el arte de enseñar la verdad, en un medio de confianza, humor y flexibilidad.
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