Recuerdo haber participado cada día de la primera semana de énfasis espiritual de 2023 en la Universidad Adventista de Chile. El invitado fue el pastor Daniel Busqued, rector de Sagunto, España. Dios usó al pastor para compartir mensajes con una simpleza que, no por eso, dejaron de tocar corazones. El mío fue uno de esos. Y, sobre todo lo expresado, capturó mi atención y concentración, una declaración sobre la cual he predicado desde mi juventud, pero que el pastor Bosqued amplió en su desarrollo.
Habló él de Dios, como un ser respetuoso. Dios, como quien no impone su presencia, como quien se repliega porque entiende que no puede sacar el oxígeno que necesita respirar la persona, Dios, como quien no asfixia la volición humana. Dios, como quien comprende que debe dejar tiempo y espacio para que sus hijos aprendan, decidan y actúen en consecuencia. Y esa metáfora, me hizo repensar aquello sobre lo que, en varias ocasiones, he escrito, expuesto y sentido.
Si, como decíamos en un artículo anterior, el maestro adventista se constituye en relato del Maestro de maestros, Jesús, entonces, lo que nos convoca es partir de la misma base: el respeto al otro. Y, sí, eso significa que se trata de un maestro que jamás impondrá su presencia, un maestro que comprende y da también espacio, tiempo, distancia y pausa, para la asimilación, para que se cocine el aprendizaje, para que el estudiante madure el proceso, para que el estudiante aprenda, y para que lo haga por sí mismo a fin de que también aprehenda el proceso. Porque no se trata solo de lo que aprende, sino también del cómo lo aprende quien aprende.
El maestro adventista no impone su presencia, por más que desea que el estudiante aprenda, por más que se inquiete porque sabe cómo ‘podría’ aprender el estudiante, e incluso, por más que le conozca. Y atención, nada de lo dicho significa que el maestro no sea necesario, porque de hecho lo es, lo seguirá siendo, pero si vemos el ejemplo de Jesucristo, advertiremos que ese es un sello característico en su ministerio de la enseñanza. Es decir, está tan cerca como sea necesario, y a la vez marca la distancia que necesita el otro para tomar decisiones. ¿Por qué?, porque él otorgó la libertad, y ello trajo consigo riesgos que a Jesucristo le costaron la vida. En esa libertad, somos nosotros quienes debemos decidir.
El maestro adventista refleja a Jesús, o, esa es la invitación. Y, al hacerlo, se acercará al estudiante como alguien a quien desea hacerle bien, ese maestro advierte en su labor una función que invita, que se aproxima desde la simpatía, que ennoblece y apunta a la eternidad. Es un maestro que se acerca con tacto, con sutileza, con empatía y deseos de servir.
¡Cuántas vidas pueden ser transformadas por el amor de quien no se impone, ni su voluntad, tampoco su presencia!
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Así es, Dios no te obliga. En cambio, la estrategia del enemigo es coercitiva y manipuladora.
Sin libertad no hay verdadera felicidad.